jueves, 31 de octubre de 2013

No se improvisa ser viejo

Hoy me gustaría escribiros sobre un tema que me compete a nivel personal y profesional.
Quiero que seáis cómplices de mi vivencia  -hace ya 3 años, en el 2010 - como Integradora social en prácticas en El Redós, una residencia para gente de la 3ª edad, en Sant Pere de Ribes (Garraf, Barcelona, Catalunya).




Bien, cuando cursaba segundo –y último curso- de Integración Social que, para quién no lo sepa, es un ciclo formativo de grado superior, tocaba apuntarse a las prácticas.
Cada uno de los estudiantes, era libre de escoger el ámbito y/o colectivo que más le gustase dentro de una lista con convenios con diferentes empresas, había que pensarlo bien,  pues teníamos por delante 420 horas para empaparnos de experiencia.
Yo me repartí las horas; 120 horas en un Centro de Día para gente sin hogar y las 300 restantes en la residencia El Redós. Tengo que confesar que, la elección a priori,  fue por proximidad a mi domicilio y no porque el colectivo de gente mayor me llamase especialmente la atención.



Aun recuerdo mi primer día allí, eran las 16 horas de un lunes, y la trabajadora social me acompaño a la parte del edificio donde, a esas horas, se merendaba, el Centro de Día.
Me enseñó dicho espacio porqué hasta las 17:00 no empezaba la sesión de memoria con la psicóloga. Y tengo que decir que, desde el minuto cero me sentí muy cómoda y entusiasmada, predispuesta a ayudar en lo que se me requiriese, por ese motivo, me fui a las auxiliares de enfermería a preguntarles si  podía ayudarles a sentar a las personas con menor movilidad e incluso hasta poner los cafés/leche/zumo y galletas en sus respectivos lugares. (He añadido el incluso, puesto que eran tareas que no me competían).

Cuando la gente mayor - que allí se encontraba- me vio aparecer por la puerta, enseguida se apresuraron a preguntarme que quién era, qué si era algún familiar o quizás una voluntaria que venía a ayudar. Les comenté lo que estaba estudiando  y que había venido para ayudar  y poder realizar mis practicas con todos/as ellos/as.
Y en ese momento,  en sus rostros divisé felicidad y gratitud, pese que aun ni me conocían, sólo por el mero hecho de ser una persona joven y querer estar ahí con todos/as  ellos/as. Ese sentimiento me inundo el alma y me llegó directo al corazón.
Me cogían de la mano, me preguntaban cosas, querían saberlo todo de mi y, sinceramente, yo también de ellos/as. Estaba desbordada por tanta atención y tanto calor y me acordé de la frase de Antonio Gala “La vejez tiene dentro todas las edades, les acompaña la curiosidad, la sorpresa y la admiración que formaron su infancia; el entusiasmo, la generosidad, el ímpetu que formaron su juventud; la reflexión, la ponderación y la serenidad que formaron su madurez”.

Podría contar mil y una anécdotas que he tenido a lo largo de esos, casi 6 meses, con personas con nombre y apellido, con una historia, con un bagaje, con un corazón y un cerebro. Ellos/as también, al igual que tú y al igual que yo, han sido niños y han sido jóvenes;  se han enamorado, se han divertido, han ido a bailar, querían comerse el mundo, han luchado por un futuro mejor, tenían expectativas, ilusiones y un larguísimo etcétera.  Y aunque ahora sus cuerpos cansados  lucen encorvados, sus cabezas agachadas y los hilos de plata recubran sus cabezas adornando sus miradas perdidas, no menospreciéis ni infravaloréis a nuestros mayores, pues son la voz de nuestra experiencia, son la calidez del cariño incondicional, tienen historias en cada poro de la piel y lo único que nos piden sin decirlo, sin hablarlo, sin exigirlo, es que les escuchemos, que les queramos y que los tratemos como ellos lo han hecho, durante tantos años,  con hijos, nietos, amigos… sin pedir nada a cambio.



Recompensemos con una llamada, una caricia, una visita, un paseo, una taza de chocolate, una comida en familia a nuestros mayores.  Recordemos que, nosotros los jóvenes, algún día llegaremos – ojalá - a ser mayores; se nos olvidarán las cosas, caminaremos torpe, necesitaremos ayuda para hacer ciertas cosas, pero querremos a niveles incondicionales y en el fondo, pese a sonar a oxímoron, estaremos llenos de vida. 

2 comentarios:

  1. Molt bonic Cristina. Jo tenia la mateixa sensació fa molts anys, al entrar a la residència on estava la meva àvia. Viure estones amb els nostres grans, és com fer microclasses magistrals de vida. Tots i totes hi arribarem i és important tenir-ho present a diari per comprendre i acompnyar el seu procés que un dia serà el nostre.
    Núria

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    1. Núria moltíssimes gràcies per llegir-me i per la teva aportació.
      Em fa molt feliç!!
      espero de tot cor que estiguis molt bé!

      un petonàs!

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